lunes, 29 de junio de 2009

Sobre la película La escafrandra y la mariposa, de Julián Schnabel




Artículo publicado en Expansión 23 /03 / 08 por Ignacio de García de Leániz


¿Qué hacer cuando a tus 43 años llenos de vitalidad y triunfos profesionales te sorprendes a ti mismo tras varias semanas de coma profundo postrado e inmovilizado de por vida en un hospital, incapaz de hablar y mover un solo músculo facial, salvo el parpadeo de los ojos, victima de una hemorragia cerebral que te produce el terrible "síndrome del cautiverio"? ¿Cómo aceptar y gestionar esa nueva realidad que hace que tu antigua vida de creación y dirección en la glamorosa revista Elle pase a ser un mero recuerdo y quedes ahora incomunicado, a merced de la gestión de los demás, en este caso un neurólogo, una fisioterapeuta y una logopeda extraordinariamente competentes?

A estas preguntas tan verdaderas como el caso histórico-clínico en que se basa dirige todas sus respuestas este pequeño prodigio de película donde la cámara asume la perspectiva del yo dañado del paciente, de manera que el espectador adopta su punto de vista, percepciones y sentimientos internos lo cual permite un ejercicio de empatía muy útil para nuestra reflexión profesional.

Por de pronto, lo primero que tuvo que aprender Bauby (Mathieu Amalric) fue a percatarse de que los verdaderos ejes de la vida no se mueven en el plano horizontal de éxito-fracaso profesional sino, como advirtió sabiamente Frankl, más bien en el plano vertical del binomio realización-desesperación, si es que queremos evitar las neurosis que pueblan tantas carreras profesionales. Lo segundo que descubrió Bauby es que –en contra de lo que se predica en determinados enfoques formativos - la "auto-estima" no depende tanto de uno mismo, sino, paradójicamente, de la estima, valoración, apoyo y refuerzo positivo que nos otorgan los demás, como ya había postulado la mejor psicología clínica del siglo XX.

De este modo, el empeño que pone la logopeda Henriette (Marie-Josée Croze) en que Bauby llegue a ser capaz de comunicarse a través de un código binario utilizando el parpadeo de su ojo le va a permitir al paciente ir abriendo la prisión de su yo y percibir al mismo tiempo el ingente esfuerzo profesional y personal que se está poniendo a su servicio: al recibir el mensaje de Henriette -"es bueno que tú existas"- su degradada imagen del yo va transformándose en la de un alguien digno de ser querido, poseedor de un valor en el que cabe por tanto la propia estima. Por eso mismo, en uno de sus monólogos interiores el antiguo redactor-jefe puede llegar a decirse a raíz de una felicitación otorgada por la logopeda por sus modestos progresos: "como pasa con los niños, cuán importante es para nosotros adultos sentirse siempre también reforzados por los demás" No es mala reflexión para un entorno gerencial como el español tan poco dado a ejercitar el reconocimiento y refuerzos positivos, como se quejan constantemente nuestros colaboradores.

Y una vez que su existencia se ve confirmada por la competencia afectuosa de Henriette, el nuevo yo de Bauby será capaz de volver a gobernar su vida afectiva revinculándose con sus seres queridos desde su invalidez absoluta y su escueta capacidad comunicativa, llegando a decirles cosas que, antes, en su vida previa regida por lo urgente pero no siempre importante, nunca tuvo tiempo -ni modo- de expresar.

Restaurado así el mundo de sus afectos y ascendiendo progresivamente en la pirámide motivacional, el redactor-jefe de Elle toma la decisión de ponerse a trabajar escribiendo su biografía a partir de la hemorragia cerebral con la ayuda de una dactilógrafa formada en su nuevo código comunicativo. Cuatro meses antes de morir a causa de una neumonía pudo ver editado ese fruto admirable de su trabajo que lleva por título precisamente La escafandra y la mariposa, que nos demuestra que no hay que ir muy lejos de uno mismo para encontrar el sentido del yo, los demás y la actividad profesional. Así lo hizo Jean-Dominique Bauby postrado en su habitación viajando a sus adentros para regalo y fecunda reflexión nuestra.

¿Por qué les llamamos recursos cuando queremos decir personas?


Artículo aparecido en Expansión 14/07/07 de Ignacio García de Leániz


Originario del mundo de Sistemas y de la Gestión de Proyectos, el sustantivo ha hecho fortuna en los últimos años y avanza imparable por el resto de Departamentos y sectores empresariales: "Tráeme un recurso", "este recurso no me funciona", "¿qué hay del recurso que pedí"?, "no puedo verte, que tengo que entrevistar a un recurso" "tenemos una elevada rotación de recursos", o "no hay manera de motivar a este recurso" son frases cotidianas que se dicen y oyen en varias Organizaciones sin apenas ya sorprendernos. Y así, como quien no quiere la cosa, estamos entronizando la palabra en cuestión que amenaza con desterrar a los antiguos sustantivos "persona", "personal","colaborador", "miembro o integrante de un Equipo", todos ellos de mejor abolengo que este "recurso" que suena algo grotesco y que en lugar de describir más bien cosifica al designado.

Así, si en los 70 los antiguos Departamentos de Personal se habían transmutado en Divisiones de Recursos Humanos, una treintena después esta decayendo cual hoja otoñal caduca ese adjetivo "humano" que personalizaba la acepción en cuestión distinguiéndola mal que bien de los recursos materiales y financieros. La cuestión no es baladí y es sólo un reflejo lingüístico de la grave crisis por la que atraviesa la gestión de las personas de un tiempo a esta parte, crisis cuya característica principal es el extraño silencio que hay en torno a ella. Pero toda aberración lingüística necesita como virus que es, de un Caballo de Troya con el que burlar paulatinamente el cortafuegos del sentido común de la semántica y del respeto al individuo: en nuestro caso "recurso" vino a significar inicialmente el individuo que estaba disponible para ser asignado a un Proyecto o Grupo de Trabajo. De dicha connotación se está llegando a un tropo en que la parte sustituye al todo, y "recurso" ha terminado ya en algunas Organizaciones por desplazar a "persona" y sus sinónimos, como la economía nos cuenta que la moneda mala acaba expulsando a la buena de la circulación No es de extrañar que hace unos meses una flamante directora de RRHH declaraba enfáticamente y sin rubor alguno que, lógicamente, su Departamento no podía garantizar el buen el comportamiento de todos sus "recursos" (sic). No cabe en la pandemia que nos amenaza echar la culpa esta vez a la influencia americana por cuanto "resource" no se utiliza allí en el ámbito gerencial como torpe metonimia de person, people, employee, headcount o member.

Se alegará pragmáticamente que al fin y al cabo poco importa para nuestra gestión cotidiana tal uso indebido; el problema es que después del siglo XX sabemos que las trampas del lenguaje acostumbran a reflejar una determinada concepción del mundo y del hombre. En nuestro caso, si al concepto de "recurso" lo despojamos de lo "humano", es decir, de su índole personal, entonces en rigor ni piensa ni padece; ni siquiera se comporta. Pertenece como tal al mundo inerte regido por las Tres Leyes de Newton, que recordemos que eran las de Inercia, Fuerza y Acción y Reacción. Si a nuestros colaboradores los nominamos como "recursos", no nos extrañe entonces que planteen resistencias propias del mundo físico y terminen reaccionando como tales bajo los efectos de una "profecía de auto-cumplimiento" sin iniciativa y compromiso algunos, que son al fin y al cabo sustantivos únicamente humanos.


O hacemos algo al respecto en nuestro uso cotidiano del lenguaje o a este paso los Departamentos de Recursos Humanos acabarán fusionándose con los Departamentos Financieros y de Compras pasándose a denominarse División de Recursos Varios y nosotros intentando animar a los miembros de nuestro equipo diciéndoles "le felicito; es usted un gran recurso" o "enhorabuena, te hemos nombrado " recurso del mes"", mientras nos gastamos un dineral por implantar el último modelo de Gestión por Competencias o de Identificación y Retención del Talento.

viernes, 26 de junio de 2009

El caso McLaren y la estupidez humana



Publicado en Expansión el 15-04-08 por Ignacio García de Leániz


¿Cómo es posible perder el Campeonato Mundial de F1 cuando quedan únicamente dos grandes premios y llevas varios puntos de ventaja sobre tu perseguidor? ¿Cómo explicar que tus pilotos se enzarcen durante toda la temporada en un juego autodestructivo y que la FIA te elimine del Mundial de Constructores por un bochornoso caso de espionaje industrial? Para responder a tanto enigma podemos acudir a las leyes que elaboró el economista italiano Carlo María Cipolla en su ensayo sobre la estupidez humana.Ley Primera: Una persona estúpida es aquella que causa pérdidas a otros sin obtener ninguna ganancia e incluso provocándose daño a sí misma. Si repasamos la gestión de Dennis, no hay duda de que merece incluirse en los casos aquí previstos. Con su conducta perdieron todos, incluidos los patrocinadores. Recordemos como en el GP de Mónaco, Dennis impidió a Hamilton adelantar a Alonso, mientras que en Estados Unidos hizo que aquél copiara los reglajes de éste. Recuérdese también cómo en las pruebas de Hungría, Dennis ordenó a Alonso que frenara bloqueando al inglés, lo que llevó a la FIA a penalizar a McLaren sin puntuar y a Alonso a perder seis puestos vitales. Las filias y fobias de Dennis, su confusión entre medidas rectoras y de apoyo, su ejercicio arbitrario del poder y la dejación de autoridad en los momentos críticos resultan un perfecto ejemplo de mismanagement, sinónimo siempre de la estupidez misma. Frente a ello, Ferrari resultó ser el gran beneficiado gracias a la lección de inteligencia cooperativa de Jean Todt, quien gestionó sin estridencias un tándem de menor potencial como era el de Räikkönen-Massa: todos obtuvieron cumplida recompensa, incluida la propia escudería de Maranello.ContagioSin embargo, el comportamiento autodestructivo de McLaren no se debe sólo a Dennis. Como intuyó Cipolla, y comprobamos a menudo en las organizaciones, la estupidez de un líder es contagiosa. Así, no podemos juzgar de otra manera la conducción de Hamilton forzando su monoplaza en Shangai, cuando le bastaba quedar en un séptimo lugar. Lo mismo con su final en Interlagos, donde imprudentemente echó a perder su cómoda posición de salida. Tampoco el propio Alonso ha podido evitar tal espiral de estupidez haciendo gala durante la temporada de un comportamiento escasamente inteligente y cayendo en el juego de la destrucción mutua, lo que le hizo perder su antigua corona mundial, un posible subcampeonato y la expulsión de McLaren tras su torpe actuación en Brasil, más pendiente de Hamilton que de Massa y Räikkönen. Todo ello nos lleva a otro axioma que Cipolla formuló así:Ley segunda: La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica suya, incluido su cargo. En nuestro caso se cumple al pie de la letra, lo que explica que personas de la valía, experiencia y trayectoria de Dennis, Alonso y Hamilton no quedaran inmunizadas contra la citada estupidez.A poco que reflexionemos veremos que, desgraciadamente, el caso McLaren se repite a menudo en nuestras empresas y equipos de trabajo. ¿Qué hacer entonces para prevenirnos frente a esa estupidez que no sabe de cargos, jerarquías y aptitudes y en la cual todos podemos caer de manera más o menos inconsciente? Tal vez la respuesta la encontremos en la ya lejana observación de Ortega de que la diferencia entre un inteligente y un necio es que el primero se sabe siempre al borde de la necedad y procura siempre dar un paso para no caer en ella. Jean Todt parecía conocerlo muy bien y eso explica que la escudería del cavallino rampante alcanzara otro Mundial, Räikkönen se coronase campeón y Massa renovara hasta el 2010. Ahí es nada.

Cuando el silencio no es respuesta


Publicado en Expansión el 22-06-2009 por Ignacio García de Leániz .

Hace ya varios meses, cuando la crisis no se mostraba tan severa, X envió de manera personalizada su currículo al departamento de selección de una gran empresa. Pero no recibió contestación alguna. Y como en Hamlet, el resto fue silencio.
X acababa de terminar sus estudios y su perfil cuadraba con los de la organización en cuestión, al menos para figurar en su base de datos. Sin embargo, como en la canción infantil, pasaron cinco, seis semanas y nuestro protagonista no recibía en su correo unas líneas de cortesía o acuse de recibo.
Ni siquiera una fría respuesta de rechazo a su candidatura. Ni el más mínimo rastro de feedback, como si X. y su incipiente currículo no existieran. Pero X insistía en existir y, siendo persona de gran tenacidad –y algo ingenua– pensó que la ausencia de respuesta se debía a algún error de los servidores involucrados. Decidió volver a la carga enviando de nuevo su currículo con las consabidas líneas de presentación. Tampoco esta vez recibió contestación alguna. Y como en Hamlet, el resto fue silencio.
Así las cosas, ¿nos extraña que X, en esta su primera experiencia profesional, resultara humillado y ofendido gratuitamente? Ante tamaña informalidad y mala educación –y no responder a un correo electrónico lo es–, ¿nos sorprenderá si nuestro protagonista se convierte en breve en un cínico más de los que pueblan nuestro mercado laboral y tantos estragos causan? Cinismo que, como nos revela este episodio, fomentamos en gran parte nosotros mismos, en este caso un departamento de selección. Para que luego lleguen las lamentaciones sobre la falta de compromiso y valores de la Generación Y.
Por desgracia, el caso que narramos no es nada excepcional en los tiempos que corren: como si la abundancia de demandas de empleo y currículos permitiese a determinados departamentos de selección dar la callada por respuesta, con un silencio cargado de displicencia. El desconcierto y la quiebra de la estima personal que esto produce en los jóvenes buscadores de empleo de hoy –como ayer– explica, en buena parte, la crisis profunda que sufre el contrato psicológico entre empleado y empresa desde hace ya dos decenios.
¿Qué va a pensar nuestro protagonista cuando oiga hablar de responsabilidad social, atracción y retención del talento, capital humano, comunicación interna y tantos otros conceptos cuando al intentar procurarse un empleo ni siquiera contestamos?
Creado tal desengaño al comienzo mismo de su vida profesional, no resultan ilógicas las elevadas tasas de rotación y deserciones –normalmente de los mejores y en los momentos más críticos– que diezman nuestras plantillas en la bonanza. Pueden ser jóvenes, pero ya tienen memoria y saben recordar muy bien.Lo más paradójico del caso es que los departamentos de selección se quejan a su vez de no tener trabajo y temen –no sin fundamento– por su futuro mismo, según la crisis se vaya agravando. Como si responder educada y prontamente a las solicitudes de empleo, aunque sea para decir "no", no fuera una tarea encuadrada en sus funciones. Además de ser, por cierto, una excelente manera de hacer visible los valores corporativos y la imagen de empresa para atraer a ese talento tan escaso.
Claro que si pensamos que los buscadores de un primer empleo son meros recursos, no nos extrañará esta displicencia. Ya se sabe que un recurso ni siente ni padece. Pero la persona no es un "qué" sino un "quién", por mucho que nos empeñemos en lo contrario. Y todo "quién" es digno de respuesta.
Como la merecemos nosotros en estos tiempos laborales de tanta zozobra e interrogantes, en los que nadie sabe si mañana tendrá que enviar su currículo y esperar al menos un correo electrónico con alguna palabra.