viernes, 22 de mayo de 2009

Luis o la triunfante negación del carisma



Publicado en Expansión el 07-07-2008 por Ignacio García de Leániz


Desde que Max Weber tipificó hace más de un siglo la autoridad del líder carismático, se han llenado cientos de páginas de management declarando atolondradamente que los directivos y jefes de equipos han de poseer el mentado carisma si quieren conseguir resultados eficaces. Sin embargo, si algo llama la atención en la personalidad y gestión de Luis Aragonés en esta Eurocopa es la imposibilidad de etiquetarlo como entrenador o líder carismático. Recordemos que el mismo origen griego del vocablo (xarisma) apuntaba a un obsequio o regalo divino y que Weber definía la personalidad carismática como aquella dotada de una cualidad por la cual es "considerada aparte" de las personas normales y vista como sobrehumana o excepcional. Nada de ello parece extensivo a la figura de Luis: al contrario, tanto en la fase previa como en este campeonato ha sido ?y así se ha mostrado con la prensa y con sus jugadores? más bien humano, demasiado humano, lleno de fortalezas pero también de limitaciones. Su carácter taciturno, su lenguaje entrecortado y su introversión distante acompañada de su torpe aliño indumentario parecen ciertamente alejados del glamour que se presupone en el directivo presuntamente carismático. Y sin embargo, éste Luis y no otro ha sido el responsable de una victoria épica a partir de un equipo históricamente acomplejado que ha encontrado por vez primera su autoestima con unos registros de calidad excepcionales en la historia de la Eurocopa. Y nadie duda, en una rara unanimidad nacional, que el principal artífice de este éxito ha sido Luis a quien el carisma no acompaña ciertamente, tal vez porque no hace falta para lograr un equipo de alto rendimiento. El peligro del carismaY es que el concepto de líder carismático ofrece algunos problemas. El primero es que el carisma de por sí no garantiza la consecución de resultados deseables y sí en cambio una cierta propensión a la megalomanía. Si repasamos la atribulada historia política del siglo XX, sus líderes más carismáticos ?Hitler, Stalin, Mao y Pol Pot, al menos así se consideraban ellos? han sido los que han traído resultados mas desastrosos para las propias entidades nacionales que dirigían. En la empresa, salvando las distancias, también ha sucedido algo parecido: basta recordar en nuestro entorno español las consecuencias catastróficas que en los 90 tuvo la gestión de algún empresario y banquero dotados de personalidades carismáticas que les llevaron a asumir estrategias irracionales con resultados bien funestos para sus organizaciones y plantillas. En el caso de Luis Aragonés parece que todo esto lo sabía muy bien: su polémica decisión de no convocar a un jugador carismático como Raúl envío paradójicamente al resto del equipo un mensaje con gran refuerzo positivo que era lo que necesitaba un grupo aquejado crónicamente de una baja autoestima: "mirad, no valoro el carisma y considero que cualquiera de vosotros puede competir tan bien o mejor que Raúl" como así ha sido. Y es que el carisma se tiene o no se tiene (más bien, se recibe): en definitiva, no depende de uno. En cambio el esfuerzo y profesionalidad sí dependen de nuestra voluntad. Por eso, no somos responsables de nuestro carisma pero sí de nuestros logros. Alejado así de "la idolatría del carisma" no es casual que desde el comienzo mismo de la concentración en la Eurocopa, Luis lanzase a su grupo mensajes de humildad y bendita normalidad muy alejados de los alardes de pasados campeonatos.Nuestros colaboradores no quieren un jefe carismático, sino sencillamente alguien que se gane su credibilidad y respeto, lo que ya es mucho y raro. Como ese Luis ya mayor, taciturno y hosco que sabe bien que no ha sido el carisma quien ganó en la inolvidable noche vienesa.

lunes, 18 de mayo de 2009

Gran Torino, elogio del trabajo gustoso


Publicado en Expansión por Ignacio García de Leániz-



De entre las muchas reflexiones que ha suscitado la última película del gran Eastwood ha pasado inadvertida aquella que hace referencia a un tema crucial en el cine de nuestro mejor director vivo: la reivindicación de la obra bien hecha y la subsiguiente recuperación del orgullo por la tarea. Y es que Gran Torino nos lega como testamento vital, ya desde su título mismo, una lúcida indagación sobre el trabajo, la calidad y la satisfacción laboral, o, con otras palabras, aquello que Juan Ramón Jiménez llamaría sencillamente el "trabajo gustoso". Todo ello muy oportuno –siempre lo es Clint Eastwood– cuando asistimos al deterioro crepuscular de la industria de Detroit y esperamos más temprano que tarde la quiebra definitiva de los tres gigantes de la automoción americana.
Reencuentro profesional En efecto: ¿qué le queda a nuestro viejo Walt Kowalski, jubilado, antiguo combatiente en Corea y operario de Ford en su cadena de montaje de Detroit, ahora que ha perdido a su esposa? Le queda precisamente aquello que corona orgullosamente su modesto jardín: esa maravilla de diseño y prestaciones que fue el Ford modelo Gran Torino que salió al mercado con tanto éxito en 1972.
Como artífice que fue del automóvil en su proceso de producción –montaba sus ejes– Kowalski siente hacia "su" coche un sentimiento de propiedad artesanal que nos remite a una tarea dotada de sentido y enriquecimiento (job enrichment) que ha desaparecido desgraciadamente en los últimos decenios. Por eso hay una nostalgia en toda la película por aquellos tiempos en los que el trabajo perfeccionaba tanto al objeto (el coche) como al sujeto (el propio Kowalski), haciendo mejor el mundo.
Pero como todo héroe de Eastwood, Kowalski no rehuirá el futuro. El encuentro con Thao, su joven y ocioso vecino mong, a punto de caer en las bandas juveniles dominadas por el tedio, le ofrece una posibilidad única de transmitir todo su conocimiento y experiencia profesionales. Se convertirá así en mentor del joven asiático, llevándolo desde el ocio estéril al mundo del trabajo responsable, primero en su jardín, luego en la construcción. Thao aprenderá, contemplando el artesanal taller del garaje de Kowaslki, el gusto por el trabajo bien hecho y cómo de él se derivan prodigios tan flamantes como ese Gran Torino, modelo 72.