lunes, 11 de enero de 2010

"El secreto de sus ojos": anatomía de la función pública




Ignacio García de Leániz. Publicado en Expansión/o2/01/01o

Cuando Benjamín Espósito (Ricardo Darín), oficial de justicia jubilado, decide reabrir una causa penal archivada hace años, nos expone ante nosotros el sentido y trascendencia del empleo público y una reflexión sobre la figura del funcionario.

Tiene Argentina la extraña virtud de darnos regularmente películas de un elevadísimo nivel, a pesar de las dificultades extremas que allá padece la industria cinematográfica. Tal vez por eso mismo, los directores acuden a algo tan olvidado-y necesario- como es el talento para filmar con un presupuesto muy bajo y sin alardes técnicos obras como este thriller admirable de Juan José Campanella.

Pero además del interés propio que da el suspense de la autoría de un asesinato, su película es una magnífica reflexión sobre la realidad de la gestión pública- en este caso de la Justicia-, los peligros de su burocratización y la respuesta que en cada caso quiera dar el personal público asignado. Todo ello de gran actualidad para un pais como España con más de tres millones de funcionarios (cuyas nóminas suponen un 10,2% del PIB) y una queja generalizada sobre su calidad media de servicio desde que Larra denunciase el consabido «Vuelva usted mañana». Y mucho peor si hablamos de la Justicia.

Cartografía de un Departamento Público


Toda la primera parte de la película es un fresco vivo y detallado del funcionamiento de un Juzgado de Instrucción en el Palacio de Justicia de Buenos Aires, cuyo secretario es Benjamín Espósito. Hay detalles de pésimo servicio al ciudadano o un posible cliente interno: cada vez que suena el teléfono, el oficial –alcohólico- despacha la llamada fingiendo ser una empresa estrafalaria, para confusión del pobre demandante de servicio. Las salidas a tomar cafés (y copas) se suceden sin control alguno. La productividad es más bien baja, si ese concepto existe. Hay muchas horas llenas de vacío, por eso abunda el alcohol y el tedio. Los recursos tecnológicos son más bien escasos: se cosen a mano los expedientes como quien hace ganchillo y las máquinas de escribir mal escriben: no importa que estén defectuosas y que ello ralentice aún más el flujo lento de procesos. Nadie se queja y pide nuevas tecnologías, no vaya a ser que se modifiquen los hábitos de trabajo. El mismo Juez Titular posee una visión del servicio público donde los medios (procedimientos) priman sobre los fines (impartir justicia), enfermedad muy extendida llamada burocracia. Y esa visión va empapándose en su equipo de colaboradores: como burócratas huyen del riesgo y se sienten protegidos en sus reglamentos y dilaciones. Para ellos el ciudadano carece de rostro y apenas posee el nombre de un expediente. Nada más. Como acontece en tantos organismos públicos, pero también en nuestras empresas donde tantos son maestros en hacer muy eficientemente cosa del todo ineficaces para su cliente interno.

Y sin embargo, gran ironía, esa despersonalización de sus tareas y olvido de servicio al ciudadano hace que los tres principales integrantes de ese equipo de trabajo del Palacio de Justicia, acaben sin un yo personal también ellos. Por eso no es posible el amor entre Ricardo Darín y su fiscal jefe, Soledad Villamil. La despersonalización les ha alcanzado también a ellos y no cabe un canje de soledades.

El momento de la verdad: Excelencia y profesionalidad.


Y sin embargo en ese dolce far niente sucede un asesinato sádico. Al contemplar, en su calidad de funcionario judicial, el cadáver de la pobre victima Benjamín Espósito percibe que la justicia no es un mero procedimiento y modo de ganarse indolentemente la vida: es dar a cada uno lo suyo; en este caso hallar y llevar el culpable a los tribunales. La fiscal recién doctorada en Harvard también lo piensa. Advierten que su función pública tiene algún sentido y que éste esta ligado a reparar el sufrimiento injusto de una inocente. Para casos como esos reciben sus nóminas y el Estado les garantiza un empleo de por vida. De burócratas reactivos pasan a convertirse en profesionales activos. No es poca cosa.

Pero la burocracia y falta de profesionalidad generalizada se vuelve ahora amargamente contra ellos en su anhelo de justicia. Su magistrado jefe se desentiende del caso. Las jurisdicciones no están claras y los procedimientos priman sobre las investigaciones, bloqueándolas. Benjamín Espósito decide dar un salto mortal: forzar sus propios procedimientos para poder hallar al culpable. Pero la burocracia es implacable y su mecanismo ciego una vez puesto en marcha. El peso de la ley cae en forma de reprimenda sobre este funcionario de justicia que quería hacer… justicia: Kafka está presente en toda la película. El caso se archiva, olvidándose en la indolencia polvorienta de un sótano.

Y sin embargo el caso de la joven asesinada saca lo mejor –lo más humano y excelente- de la Fiscal, y en especial de Ricardo Darín y su compañero oficial alcohólico. Con una gran compenetración y creatividad van el secretario y el oficial desentrañando la compleja madeja del crimen. Sin apenas medios ni recursos actúan de manera tremendamente eficaz y productiva, todo lo contrario del ambiente de trabajo en el Juzgado. La película nos ofrece aquí un formidable ejemplo de trabajo en equipo y objetivo común, donde las limitaciones personales de ambos –alcohol en uno, frustraciones afectivas en otro- se complementan con el intercambio de sus fortalezas (inteligencia analítica de uno, constancia del otro). Todo ello de manera metódica pero sin caer en la burocratización mortal. Como si la persona para ser valiosa también en la función pública necesitara menos procedimientos y más fines visibles que den trascendencia a su tarea.

Y las evoluciones tan positivas que a partir de aquí va sufriendo cada miembro de este trío funcionarial (fiscal, secretario y oficial) parecen dar plena razón a aquel viejo imperativo de Píndaro: «¡Llega a ser lo que eres!». Sólo hace falta descubrirlo, como le ocurrió a un anodino funcionario de justicia llamado Benjamín Espósito. Por eso la película es tan valiosa.

Ignacio García de Leániz. Consultor de comportamiento humano

Requiem por la verdad en nuestrso bancos y cajas




Ignacio García de Leániz.Aparecido en El Mundo, Tribuna Libre, 23/12/09


A la vuelta de Navidad, los españoles asistiremos con estupefacción-si algo queda- a una catástrofe histórica que marcará un jalón más en nuestra Gran Recesión .Y ella no es otra que la quiebra de una parte sustancial de nuestro sistema financiero, ese que nos hacían considerar ad nauseam hasta ayer mismo como robusto, saneado y modélico. Ello es lo que ha venido a anunciar Moody´s recientemente cuando señalaba que las pérdidas de bancos y cajas sumarían 108.000 millones de euros de perdidas esperadas ampliables a 225.000 millones de continuar el deterioro económico, lo que a supone la bancarrota y desaparición de un número considerable de entidades de un sistema considerado admirable. Ya el año pasado el ciudadano español (si ello no implica oxímoron a estas alturas de degradación institucional) se enteraba de otro dato aterrador, celosamente ocultado: la deuda de nuestros bancos y cajas con la banca extranjera ascendía a 800.000 millones de euros, lo que explica la restricción cuasi absoluta del crédito y microcrédito, especialmente a Pymes y autónomos, debido a vencimientos de la deuda contraída por nuestras entidades. Y es que así de perverso es el fenómeno que nos sucede: una Gran Recesión determinada por el colapso del sector financiero que provoca el estrangulamiento del resto de sectores económicos, que no padecían per se dificultades especiales. Así de bochornoso.

Pero para quien no abdique del pensar la pregunta surge al punto: ¿como ha sido posible tamaño cataclismo, por el cual la banca española suspende su función social –la captación de depósitos y la concesión del crédito- para acabar obligada a comprar deuda de un Estado al borde también de la ruina y que más temprano que tarde no va a poder pagar? Y una parte de la respuesta se halla en la aparición de un virus letal en las entrañas mismas de nuestras entidades financieras: el de la crisis de la verdad y la institucionalización de la mentira.

Si algo caracteriza al último tercio del siglo XX, como han advertido con suma lucidez Hannah Arendt, Habermas, Popper y entre nosotros Julián Marías, ha sido la quiebra del concepto mismo de verdad en pro de un tosco escepticismo que nos impide formular juicios verdaderos o falsos. Como si hubiésemos tomado por enseña aquel “todo es relativo; he ahí el único principio absoluto” que preconizaba Augusto Comte. Y este derrumbamiento de la verdad como objetividad tenía que llegar tarde o temprano a la práctica bancaria llevándose por delante el concepto tradicional de verdad contable mediante el cual 2+2 no podía dar 5. La antigua pretensión de veracidad bancaria y auditora presuponía que podía –y debía- haber una concordancia entre nuestros juicios contables y financieros y la realidad pura y nuda, haciendo honor a la antigua adecuatio clásica entre el pensamiento y las cosas: en este caso, entre la economía financiera y la economía real, siendo la veracidad la clave de bóveda que sostenía el edificio todo.

Pero si se renunciaba a la pretensión de verdad, entonces se cumpliría en nuestro sistema financiero un viejo aserto que recorre la historia de la Lógica toda: “De lo falso, se sigue cualquier cosa” (Ex falso sequitur quodlibet). Y “cualquier cosa” en nuestro caso es que la innovación financiera devenga en productos tóxicos, la hipoteca subprime se trafique como prime, la disciplina contable trueque en ingeniería creativa, la prudencia ceda paso a la intemperancia y el mercado interbancario se paralice porque ya nadie se fía de nadie, y menos después de lo acaecido con Lehman Brothers y la otrora respetable banca suiza con UBS a la cabeza.


Para entender mejor esta eclosión de la mentira deberíamos recordar las consecuencias traumáticas que para la idea misma de verdad supuso la desaparición de todo un Arthur Andersen a raíz del “affaire Enron” en 2002. La auditora cuasi centenaria representaba en el universo bancario el símbolo del ethos calvinista donde la veracidad era garantía de confianza y transparencia y 2+2 daba efectivamente 4. Y ello era así de forma muy especial en una España inicialmente poco amiga de la disciplina y franqueza contables. En efecto, Arthur Andersen había venido realizando en nuestro país desde los años 60 una función fundamental de formación, ordenamiento y gestión financiera, calvinizando con éxito meritorio nuestra laxitud ética en asuntos de negocio. Por eso no extrañó que A&A se negara a firmar en 1983, en virtud del principio de realidad, los estados contables de Rumasa y su holding financiero, algo impensable ahora donde ya no hay heterodoxia pues lo que ha desaparecido es la doxá misma.

Y es que cuando el sistema financiero español vivía bajo criterios de verdad y realidad con la salvaguarda del Banco de España, entonces no valía el “cualquier cosa” y así fue posible atajar irregularidades como Sofico, el holding financiero de Rumasa o el Banesto de Conde y , de paso, gestionar eficazmente la UVI bancaria de principios de los 80. Claro que eran tiempos muy alejados del “estado de error” actual y otros los profesionales al frente, lo que propició un sistema bancario cuasi ejemplar.

Pero si Dostoievski había afirmado por boca de Iván Karamázov que “si Dios no existe, todo está permitido”, análogamente el mundo financiero -entidades, auditoras y agencias –se dijo tras el “affaire Enron”: Si Arthur Andersen falta a la verdad entonces todo nos es posible. Y así ha sido, hasta llegar a la actual anomia de nuestro sistema financiero, donde una simple Caja de Castilla-La Mancha puede generar un agujero de 9000 millones de euros. Pero a la debacle auditora se ha añadido en nuestro país otra desdicha para la vigencia de la veracidad: la abdicación del Banco de España- por muy razonadas sinrazones- de su función de guardián del templo de la autenticidad.

Resulta muy desolador –pero muy explicativo a la vez- que por omisión grave y silencio culpable una institución tan emblemática que había atravesado con su actividad in vigilando y su prestigio incólume la Dictadura de Primo, la República, el Franquismo, la Transición y la Democracia haya permitido llegar al actual colapso. Antaño, se tenía auténtico terror en las direcciones bancarias a cualquier inspección de nuestro banco central, que conocía muy bien la humana naturaleza y creía en la verdad de los juicios y estados financieros. Hoy, dudo mucho que suscite amedrentamiento alguno. Antaño, la figura del Gobernador del Banco de España gozaba de un crédito –y temor- grande, y si lo perdía-sólo sucedió una vez- se le hacía dimitir. Hoy, falto de credibilidad alguna ante los restos del naufragio, se le menciona y tutea por sus iníciales, como si fuera un amigo de toda la vida, mientras el BdE se sume en el pozo de la degradación institucional que nos asola. Son las consecuencias lógicas de jugar al Ex falso mencionado.

Con todo, queda un el tercer elemento que explica la quiebra de la verdad en nuestras entidades financieras: el asalto a la gestión de las Cajas por parte del poder político. Un poder político que no cree que haya que situarse ante la verdad y menos rendir cuentas a ella. Es más, no cree en absoluto que la verdad signifique algo. Lo que si cree, en cambio, - bien aprendido de las dos experiencias totalitarias- es que la verdad se puede fabricar, como mostró Hannah Arendt. Y a la “fabricación de la verdad” se ha aplicado en la gestión de un gran número de Cajas de Ahorro, muchas de las cuales- no solo la CCLM- ya no son otra cosa que una gran mentira verosímil, como aquellas figuras de Potemkim. Mas ese operar desde lo falso generó un sentimiento de competencia desleal en la banca privada, con la subsiguiente respuesta de ésta: saltarse también la verdad para no perder liza en la cuota de mercado del management de la ficción, como ficticio es otorgar hipotecas por el 130% del valor del inmueble o decir que en España no hay subprimes. Y es que ya lo anotaba proverbialmente Machado: “Qué difícil es cuando todo baja, no bajar uno también.” Y en esas estamos.

Claro que ante el súbito descubrimiento de las ruinas de nuestra Itálica financiera, puede que algún español repare en aquellos otros versos de don Antonio: “¿Tú verdad? No; la Verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela.” Como si sólo desde esta indicación machadiana pudiera resolverse esta crisis, esto es, con banqueros, auditores, gobernadores y políticos amigos de la verdad. Nada menos.