sábado, 11 de julio de 2009

Necesidad de leer "La muerte de Iván Ilich"


Hay un prodigio de novela corta de Tolstoi (en la imagen) que es La muerte de Ivan Ilich (Alianza Editorial, BA, O893): a uno le parece de esas pocas obras necesarias sin las cuales quedamos como amputados para entender la vida y el mundo, a nosotros mismos en definitiva. Y sin captar todo ello, (vida, mundo y nosotros) mal podremos gestionar a los demás y no digamos ya a las organizaciones.
La narración en cuestión da razón al viejo Sócrates cuando decia por boca de Platón que "una vida sin examen no es digna de ser vivida": he aquí la tesis fundamental del relato En efecto, basada clínicamente en un caso real, Tolstoi nos describe la postración de un magistrado ruso que tras una vida feliz en lo profesional y soportable en lo familiar, se ve aquejado de una atroz enfermedad que le reporta un dolor abdominal lacerante y sin apenas alivio. Y con precisión de cirujano tanto del espíritu como del cuerpo, Tolstoi nos detalla el proceso instrospectivo que Ivan Ilich inicia en su lecho del dolor: justo allí donde le supura el problema de una vida mal planteada y, por tanto, como dice el protagonista, "mal vivida" aunque Ivan Illich hubiera vivido francamente bien.
Y es interesante para nosostros observar como el magistrado obligado a reflexionar por la inminencia de la muerte y el acoso del dolor, descubre en este su ocaso como aquel "vivir mal la vida" ha falsificado no solo su vida afectiva entera sino también -y no en menor medida- su carrera y desempeño profesionales, que es aquí lo que más nos interesa. Con su maestría de seimpre, Tostoli nos describe en apenas cien páginas los mecanismos de su medrar de tribunal en tribunal y de cargo en cargo no en virtud de la excelencia sino de la inteligencia social de nuestro magistrado: y a poco que reparemos en la fina ironía del autor al describir sus avatares profesionales, descubrimos que todos somos de alguna manera Iván Ilich: por eso nos resulta tan extrañamente cercano y su mundo tan parecido a nuestros entornos organizacionales. Y quien quiera ahondar en este plano que se detenga en el implacable retrato que hace de los sucesivos galenos que auscultan a Iván Ilich, no como persona -esto es, como un fin en sí mismo- sino como mero medio -esto es, como un ser facturable.
Pero lo verdaderamente innovador y valioso del relato es que Tolstoi nos advierte al mismo tiempo del coste que un fingimiento tal tiene no sólo para los demás, sino, y sobre todo, para uno mismo. A lo que se ve todo ello muy actual en estas nuestras desenfrenadas carreras profesionales. Claro que como colofón de esperanza el Conde Tolstoi (que nunca abdicó del hombre) nos ofrece en el desenlace de la novelita un modo de reparar esa vida gastada en la mediocridad, el tedio y del fingimiento. Justo a las dos horas previas a la muerte de un Ivàn Illich hundido en el dolor e incapaz de balbucir una palabra. Como si lo esencial fuera la mera orientación de nuestra mirada y no otra cosa, según se percató años más tarde la propia Simone Weil.
En verdad, cuánto cambiaría nuestra gestión de personas, departamentos y organizaciones si se leyera esta obrita tan humana, tan precisa, tan cercana. Tan necesaría, en suma, para todos nosotros que a despecho de Sócrates queremos vivir vidas sin examen ninguno.

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